Caso Práctico De Éxito: Un Viaje Especial

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Mis méritos en el trabajo me reportaron un merecido ascenso, algo que esperaba desde hacía tiempo. Mi nuevo puesto no sólo me proporcionaba un sueldo más jugoso, sino también la posibilidad de viajar, algo que siempre me ha gustado, y que para mí no constituía ninguna obligación. Al contrario, era la guinda de un pastel por el que llevaba años peleando.


Mi primer viaje de trabajo se produjo apenas un mes después de mi ascenso. El destino era Sevilla. Debía acudir allí un fin de semana para negociar un buen acuerdo comercial con una cooperativa. Sus representantes habían propuesto organizar el encuentro en sábado, pues durante la semana habían tenido que batallar con diversas contrariedades imprevistas.

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Reservé un billete para el viernes en el AVE de las nueve. El viaje era muy cómodo y duraba tan sólo dos horas y media. Contaba, por tanto, con la ventaja de no tener que conducir ni soportar las largas esperas del aeropuerto. Además, como el viaje lo pagaba mi empresa, pude permitirme el lujo de viajar en primera clase.

Fui de los primeros en entrar en mi vagón. De ese modo, podía dejar mi maleta en las estanterías de la plataforma, que resultan escasas ante la avalancha de viajeros y se llenan antes de lo deseado. A mi asiento, tan sólo me llevé mi maletín, y lo coloqué en la repisa que hay sobre él.

Los pasajeros fueron entrando. Primero poco a poco, luego apresuradamente, ya que la hora de salida del tren (que siempre es puntual) se acercaba y muchos de ellos habían apurado en lo posible el momento de embarcar por diferentes motivos: por distracción, por curiosear las tiendas de la estación o para fumar.

Me fijé en los que llegaban y se apelotonaban en el pasillo. Era inevitable puesto que, entre la estrechez de espacio y las prisas, muchos me golpeaban sin querer con sus bultos, algo que no me molestó en un principio, hasta que sentí un gran peso que caía sobre mi brazo derecho. Una chica se había inclinado hacia atrás para dejar pasar a un hombre maleducado que la arrolló y, gracias a mi brazo, se había salvado de caer sobre mis piernas o, peor aún, sobre el pequeño espacio que me separaba del asiento delantero. La ayudé a incorporarse y me pidió perdón. En su cara se reflejaba la vergüenza y la ira, pues el individuo que la había empujado se había dirigido a su sitio sin más, en lugar de pedir disculpas.

-     ¿Te has hecho daño?- me levanté del asiento sin soltarla.

-     No, no. Perdona- respondió con la voz temblorosa.

-     No te preocupes, no ha sido culpa tuya sino de ese energúmeno que ni siquiera se ha dado por aludido.

-     Hay personas que parecen animales- sus ojos se inyectaron de sangre y levantó la voz para que el aludido la oyera.

-     No lo pienses más. Acomódate en tu asiento y disfruta del viaje. ¿Quieres que te ayude con tu maleta?- era mi deber como buen caballero no sólo calmarla, sino ayudarla con el peso.
-     No, no es necesario, gracias- respondió con una sonrisa.

En aquel momento, intercambiamos una breve pero intensa mirada. Fue entonces cuando reparé en ella más detenidamente. Era una chica verdaderamente hermosa. El enfado aumentaba aún más su atractivo. Tenía unas facciones delicadas, con unos ojos almendrados de color pardo que destacaban aún más gracias a unas largas pestañas negras. Desvié la mirada para no delatarme y proseguí con mi proposición:

-     Claro que es necesario que te ayude. Después de comprobar que tengo el músculo tan blando como para servir de colchón a alguien, he de ejercitarlo para que se endurezca un poco. ¿Cuál es tu asiento?


-     El 11B- contestó sonriendo levemente mientras se mesaba su cabello rubio.

-     Curioso-dije, provocando su intriga

-     ¿Por qué?- preguntó mirando a su alrededor.

-     Porque estás frente a él. Creo que vas a ser mi vecina. Vaya, y ahora me acuerdo de que no me hice un seguro de vida…

-     ¡Uff qué coincidencia!- resopló demostrando alivio y me lanzó una mirada divertida que suplía una sonrisa.

-     ¿Quieres la ventanilla o prefieres pasillo?- Mi asiento era de pasillo y, nuevamente, mi deber como buen caballero consistía en ofrecerle una elección.

-     La ventanilla me gusta más.

-     Perfecto, porque yo prefiero pasillo. Además, aprovecharé cuando el hombre que te ha empujado se levante para estirar los brazos simulando desperezarme… con suerte le daré en algún punto débildije, guiñando un ojo.

Mientras ella se sentaba me dirigí de nuevo a la plataforma con la utópica intención de poder colocar allí su maleta. Como había supuesto, no quedaba un solo hueco libre, de modo que decidí intercambiar mi maleta por la suya. En plena labor de ingeniería, tratando de ubicar lo mejor posible su equipaje, el tren comenzó a ponerse en marcha y me retrasé un par de minutos antes de regresar a mi sitio, pues quería que ella se tranquilizara.

Regresé con mi maleta y, sin decir nada, la coloqué en la bandeja que había encima de los asientos. Ella se sonrojó y volvió la cabeza unos segundos hacia la ventanilla para mirarme de nuevo cuando ya me hube sentado.

-     ¿Has tenido que traer tu maleta?

-     Sí. Está llena de billetes de cinco euros y, aunque soy muy confiado, no quería perderla de vista. Mi madre siempre me ha dicho que es bueno llevar cambio captó mi broma y entendió perfectamente que no pretendía convertir mi detalle en toda una proeza. Sonrió ampliamente, mostrando una dentadura perfecta que sumaba puntos a su belleza.

-     No tenías por qué hacerlo, de verdad. De todas formas, muchas gracias- parpadeó lentamente, en un evidente gesto, no sólo de curiosidad sino de emoción

-     Tu maleta ocupa más espacio y la mía no pesa. Ya te he dicho que tan sólo llevo billetes de cinco euros. Bueno, también llevo alguno de diez. Por cierto, que esto quede entre nosotros, no se lo vayas a decir a nadie- dije, susurrando.

Me mantuve callado durante un rato. Quería conquistarla, pero no era mi intención forzar conversaciones continuamente. Percibí que comenzaba a tranquilizarse, ya que relajó sus brazos y buscó una postura cómoda, mientras miraba por la ventanilla y disfrutaba del viaje. La llegada de la azafata para ofrecernos un zumo fue la excusa para volver a la carga:

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-     Puedes dormirte si quieres. Te prometo que te avisaré cuando lleguemos a tu destino. Yo voy hasta Sevilla, de modo que si tienes que bajarte en Córdoba estaré atento- Mi propuesta escondía una pregunta tácita: ¿Cuánto tiempo tenemos para conocernos mejor?

-     Yo también voy hasta allí. Pero gracias, no me duermo en los viajes.

-     Es la primera vez que voy a Sevilla. La verdad es que tenía ganas de conocerla pero siempre lo he ido retrasando. Pienso recorrérmela entera este fin de semana.

-     Es una ciudad muy bonita.

-     ¿La conoces bien?

-     Sí, tengo familia allí y voy a verles de vez en cuando.

-     ¡Qué suerte! Me gustaría tener familiares en diversas ciudades para poder visitarles y viajar más a menudo. Casi toda mi familia vive en Madrid y mis viajes para visitarles se limitan a un par de transbordos en el metro. No es que sean unos viajes muy interesantes…

-     No, desde luego- ladeó su cabeza y bajó la mirada. Decidí sorprenderla de nuevo para que la conversación no se cortara.

-     Bueno, ahora que recuerdo, una vez me abordó en el metro una mujer que decía ser vidente. Me aseguró que en otras vidas yo había sido uno de los enanos de Las Meninas y una monja Carmelita.

-     Te quedarías a cuadros- abrió los ojos exageradamente ante mi narración.

-     Sí, sobre todo cuando después de decirme esas cosas se subió la falda y, tras enseñarme un muslo, me hizo una proposición indecente.

-     Qué horror. ¿Qué hiciste?- preguntó riendo nerviosamente.

-     Le hablé sobre los nuevos métodos de depilación- dije, apretando los labios y simulando una náusea cómica.

Ella rió, cubriéndose la boca con la mano derecha. Me di cuenta que comenzaba a simpatizar conmigo, pues había imitado mi gesto inconscientemente. Nuestra conversación era fluida pero no lo suficiente como para poder seducirla:

-     ¿Qué sitio me recomendarías para comer bien en Sevilla? Me gustaría encontrar un restaurante de confianza.

-     Pues hay uno muy bueno en el que se come a base de tapas y raciones. Te tratan genial y merece la pena, de verdad. Siempre está lleno. 


¿Y no importará que vaya solo?

-     No creo. ¿Cómo es que vas sólo?- preguntó, con una curiosidad que me complació.

Percibí que su interés por mi iba en aumento, pero aún no podía confiarme. Debía lograr que confiara más en mí. Después de todo, aún era un desconocido para ella. Opté por utilizar nuevamente una estrategia indirecta, con proposiciones solapadas que pudieran esconder mi propósito.  

Viajo a Sevilla por trabajo. Debería haber ido entre semana pero tengo que cerrar un acuerdo con una cooperativa y nos propusieron reunirnos el sábado. Me quedaré allí hasta el domingo y no quiero comer en el hotel.

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-     Claro- respondió con comprensión.

-     Bueno eso de comer solo no me asusta- mensaje indirecto: no soy un hombre cobarde y dependiente- . Pero también reconozco que viajar a Sevilla por primera vez y ver la ciudad sin compañía es casi un pecado. No quiero ir al infierno, soy un buen chicola miré fijamente a los ojos con gesto pícaro. Ella lanzó una pequeña carcajada en voz baja y aguantó mi envite.

-     Hombre, tanto como un pecado no sé pero, desde luego, es bastante aburrido.

-     ¿Sabes lo que haré? Me uniré a un grupo de turistas. Así tendré un guía gratis… sólo espero encontrar algún grupo que no sea de japoneses- de nuevo la arranqué una carcajada, esta vez más desahogada.

-     No sé si es buena idea. Te aburrirías un poco ¿no?

El tiempo jugaba en mi contra y tenía que conseguir lo que me había propuesto. Tras la primera parada, decidí echar el resto y arriesgarme:

-     Y dígame, señorita X, ¿podría pedirle otro consejo?me miró atónita, ante el apelativo que utilicé para referirme a ella. La sonreí y levanté las manos en un gesto de ignorancia- no sé cómo te llamas, aclaré.

-     Es verdad. Me llamo Patricia ¿y tú?

-     Óscar, me llamo Óscar. Encantado de conocerte, Patricia. Verás, quería pedirte un último consejo. Sé que abuso de tu paciencia pero tengo que tomar una decisión. Una opinión femenina es algo esencial.

-     Tu dirás

-     Te plantearé una situación hipotética, ¿de acuerdo?

-     De acuerdo.

-     Antes de responder, recuerda que es una situación hipotética.

-     Muy bien, a ver- cambió su postura y se sentó sobre una de sus piernas, girando su cuerpo hacia mí.

-     Imagina que, un buen día, tienes que coger un tren. Embarcas en el mismo, te sientas cómodamente en tu asiento y, de pronto, una chica te aplasta el brazo sin querer, por culpa de un animal que la empuja. ¿Te imaginas la situación?- pregunté mientras estiraba el brazo y fingía dolor.  Sí, me hago una idea.

-     Bien. Imagina que te ha dejado el brazo hecho polvo. Vamos, que no queda un tendón sano. Y no porque la chica pese sino porque la gravedad la ha jugado una mala pasada. Pero eso es secundario.

-     Entiendo

-     Bueno, imagina que notas algo en ese momento, algo que nunca antes habías notado y que sientes que tienes que decirlo. Ahora, dibujada la situación, viene la pregunta. ¿Lo dirías?

-     Supongo que sí.

-     ¿Estás segura?

-     Sí- respondió hacia arriba.

-     Perfecto, me has ayudado a tomar una decisión o, más bien, a certificar la decisión que ya había tomado. Ten en cuenta que la situación es hipotética, al menos, en parte.

-     ¿Ah sí?

-     Sí, el brazo no me ha dolido tanto. Y ahora he de llevar a cabo la decisión que he tomado, de modo que te diré algo.

-     Dime.

-     Tienes una vértebra torcida. Es justo la que se me ha clavado en el antebrazo. Deberías ir a un especialista- afirmé con gesto serio y sonriendo con los ojos, para dar a entender que la estaba gastando una broma.

-     ¿A sí? Pues no lo sabía- dijo entre risas.

-     No te preocupes. Creí fundamental decirte lo que había notado.

-     Sí, claro- volvió a sentarse normalmente, sonrió forzadamente y simuló alisarse el pantalón y la blusa.

-     Por eso te diré que, aunque acabamos de conocernos, me pareces una mujer encantadora. Eres muy simpática y tienes un gran sentido del humor. Me gustaría quedar contigo para tomar algo, en Sevilla- dije, con gesto pensativo, como si hubiera decidido en ese momento proponerle una cita-. Si lo prefieres, puedes acudir amigos-incluí a sus amigos en mi propuesta para que no se sintiera presionada y para que confiara en mí.


Mantuvo la mirada baja, como una niña que no se atreve a tomar una decisión. Finalmente me miró:

-     Bueno, por qué no- dijo, levantando los hombros. Parecía dejarse llevar por un atrevimiento inusual en ella.

-     Comprendo que estarás ocupada, visitando a tu familia. De modo que será mejor que tú fijes o que fijéis una hora. Por supuesto, yo me acomodaré.- Incluí nuevamente el plural y lancé un nuevo mensaje subliminal: “No quiero presionarte, no estoy desesperado y puedes confiar plenamente en mí”

-     De acuerdo, podemos ir a ver el centro. Así no tendrás que unirte a ningún grupo de turistas.

-     Perfecto, seguro que no hay mejor guía que tú, exclamé, fingiendo una inocente sorpresa ante su oferta.
Nos intercambiamos el número de teléfono y quedamos el domingo en el centro de la ciudad. Para mi satisfacción ella acudió sola. Iba preciosa y disimulaba bien su nerviosismo. Pasamos una larga mañana charlando y recorriendo el centro Nos conocimos mejor. 

Conectamos a la perfección y, comimos juntos en el restaurante que ella me había recomendado. La acompañé a coger un taxi y volví a mi hotel, recoger mi equipaje y dirigirme a la estación para tomar, con el tiempo justo, el tren de vuelta. 

Aquella jornada que compartimos, sembró la semilla de una posible relación amorosa, que quedó definitivamente confirmada cuando, tras dos citas en Madrid, viajé junto a ella a Sevilla, esta vez por placer. 
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