Caso práctico de éxito: Una compañera diferente

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Cuando terminé la carrera y me propuse encontrar trabajo, me di cuenta de que mi inglés era bastante malo, por lo que me propuse mejorarlo. En cualquier empresa, requerían al menos un idioma, y no estaba dispuesto a perder las oportunidades que se me presentasen por culpa de un dominio deficiente del inglés. 




Decidí, por ello, apuntarme a un curso intensivo en una buena academia. Existían diversos grupos y horarios a elegir. Finalmente, me inscribí en uno que se repartía en seis horas semanales y que se impartía los miércoles y viernes de siete a diez. 

Los programas del prestigioso centro eran agotadores. La idea de aguantar seis horas de inglés a la semana me abrumaba, pero necesitaba aprender lo mejor posible la lengua de Shakespeare y añadir puntos a mi currículo.

Para mi sorpresa, mi grupo no era precisamente muy heterogéneo. La mayoría de los alumnos eran universitarios, como yo. Pensé que a esas horas compartiría clase con gente de todas las edades, pero me equivoqué, y he de reconocer que, cuando llegué el primer día, me alegré de tal equivocación.

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Los alumnos esperaban en un hall, antes de entrar al aula. Algunos de ellos se conocían, pues se habían apuntado juntos. De los que estaban solos, algunos esperaban nerviosos, y los había que comenzaban a entablar conversación con compañeros que se encontraban en la misma situación.

De entre todos los alumnos que esperaban impacientes el comienzo de la primera clase, una chica que estaba sentada en un sofá atrajo mi atención. Se mantenía separada del resto del grupo, junto a una amiga que seguramente se había apuntado con ella. Era alta, con unos ojos azules enmarcados por unas largas pestañas y unos labios sensuales. Llevaba el pelo negro suelto y algunos mechones se le escapaban, cubriéndole la cara.

Cuando se levantó, me fijé inevitablemente en su cuerpo: la cintura fina coronaba una serie de curvas que me dejaron sin aliento. Pero lo que aumentaba su atractivo era su elegancia. Vestía “cuidadosamente descuidada”, con ropa informal, y desplegaba una feminidad y un encanto que ninguna de las chicas que estaban allí compartían.


No transcurrió mucho tiempo hasta que los celos femeninos y el despecho masculino se unieron para prejuzgarla y dibujar una imagen de ella que me pareció absurda e injusta. Alicia no solía relacionarse con los demás. Era correcta y no negaba una sonrisa, pero en los deseados descansos se apartaba del grupo y tan sólo charlaba con su amiga. 


Al terminar las clases salía huyendo y, cuando se concertaba una reunión para tomar una copa, ella rechazaba educadamente la invitación. Por ello, no tardaron en considerarla distante y engreída. Si no hubiera sido tan guapa, probablemente sólo hubieran pensado que era rara. Pero la belleza parecía ser un agravante...


Mi interés por ella creció enormemente. Al contrario que los demás, no veía su distanciamiento como un signo de engreimiento. En numerosas ocasiones la contemplaba mientras hablaba con su amiga. Me fijaba con detenimiento en sus gestos. Descubrí una mujer que valoraba la amistad y sabía escuchar, que era dulce y discreta y que no quería destacar en absoluto. 


Quizá no se relacionara con los demás por timidez, quizá porque no lo necesitaba o quizá porque simplemente se centraba en lo que la había llevado allí: aprender. Todos esos “quizá” que los demás no tenían en cuenta a la hora de prejuzgar despertaron mi curiosidad, mi ternura y, como no, mi deseo. Estaba decidido a romper ese muro de apariencia infranqueable tras el que se protegía. Quería conquistarla.

En primer lugar, debía conseguir que confiara en mí y que no me viera como otro compañero más. Puesto que siempre se amparaba en Sandra (así se llamaba su amiga) no tenía más remedio que entablar una relación de amistad con ambas si quería llegar hasta ella.

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Encontré el momento oportuno para iniciar mi camino un viernes en el que, por casualidades del destino, mi primo iba a casarse. Utilicé ese acontecimiento como excusa para acercarme a ellas.

Ese día llegué más pronto de lo habitual, pues sabía que ellas eran de las primeras en asistir. Con gesto serio y, ajustándome la chaqueta del traje que inevitablemente tenía que llevar, me acerqué hasta el sofá de la sala de espera donde solían sentarse antes de la clase:


-¿Podría pediros un favor? - dije, interrumpiendo la conversación que mantenían

- Claro- respondió Alicia confundida. Sus ojos recorrieron inconscientemente mi cuerpo. Estaba sorprendida por mi vestimenta.

-  Cuando termine la clase, tengo que acudir a un acto bastante aburrido, pero de asistencia obligatoria, y necesito que me aconsejéis- afirmé sonriendo.

- ¿Y en qué podemos ayudarte?- preguntó Sandra ruborizada ante mi determinación.


- Saqué dos corbatas de los bolsillos de la chaqueta y las mostré como un vendedor que espera la decisión final de un cliente. Las dos me miraron asombradas, guardando silencio.


-  Tengo estas dos corbatas- dije con gesto serio-Debo elegir entre una de ellas. Las dos me gustan pero no sé por cuál decidirme. Necesito una opinión femenina.


- No sé, depende de a dónde vayas- replicó Alicia mientras se mesaba los cabellos para disimular su desconcierto.


- A mi me gusta esa, está bien para cualquier actoindicó Sandra, señalando la que tenía en mi mano derecha.


-  Es una boda, una boda aburrida- aclaré-. A mi primo no se le ha ocurrido mejor idea que casarse en viernes, y no podré quedarme hasta el final de la clase, lo cual me hubiera gustado teniendo en cuenta lo que me espera.


- Parece que no te agrada mucho la idea- contestó Alicia, con cierto sarcasmo


-     Las bodas no me disgustan- agregué con un exagerado y humorístico tono condescendiente- pero me han encargado distribuir el arroz entre los invitados y asegurarme de que ninguno de ellos hiere a los novios a propósito cuando estos salgan de la iglesia. Ya sabéis que hay mucho sádico por ahí y tanto mi primo como su futura mujer son un blanco fácil... miden más de metro ochenta.

-  Vaya, que papelón- replicó Sandra.

-  Ojala fuera sólo eso. También tengo que bailar con todo el sector femenino de la tercera edad. Me comprometí a ello bajo amenaza de muerte.

- Seguro que lo harás bien- dijo Alicia, conteniendo la risa.

-  Gracias por tu confianza- la miré a los ojos aceptando su burla como un buen jugador-. Y ahora, decidme ¿Cuál de estas dos corbatas es lo suficientemente elegante como para acudir a la boda de un primo y lo suficientemente discreta como para que las agradables ancianas invitadas me confundan con un seto?- pregunté a las dos pero miré directamente a Alicia


- Yo creo que ésa- respondió riendo, mientras señalaba la que sostenía en mi mano izquierda.

- Sí, tal y como pintas las cosas, es mejor ésa- replicó Sandra.


- Muy bien, entonces llevaré esta. Muchas gracias a las dos, estoy en deuda con vosotras.

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-  No tienes por qué- señaló Alicia levantando los hombros para restar importancia a la situación.


- Claro que sí. Aprecio vuestra ayuda y sé que gracias a vosotras me salvaré de una buena.


- Dicho esto, me encaminé rumbo al aula, no sin antes girarme y guiñarles un ojo. Ambas sonrieron confundidas y me observaron detenidamente mientras me alejaba.

La semana siguiente acudí a mi hora habitual (tan sólo tres minutos antes de que comenzara la clase). Fue en el descanso cuando, tras un intercambio de miradas, Sandra, en calidad de portavoz, pareció encontrar el momento oportuno para preguntarme por la boda. 


La curiosidad de las dos me halagaba y, ante todo, me halagaba el hecho de haber conseguido que iniciaran una conversación en lugar de esperar a que alguien se dirigiese a ellas.


- ¿Cómo salió todo en la boda? Preguntó Sandra desde el sofá del que parecían haberse apoderado.

- Bueno- guardé un breve silencio mientras me acercaba a ellas, compuse un gesto interesante y crucé los brazos, llevando mi puño derecho a la barbilla como si meditara- no me fue del todo mal. Le di diez euros a un niño para que repartiera el arroz y tan sólo una simpática abuela me achuchó. Todavía me duele el mordisco- me rasqué el cuello y fingí dolor.

- Tras mirarse unos segundos, ambas rompieron a reír. Mi respuesta (inventada, por supuesto) les había divertido. Crucé nuevamente los brazos, esta vez como si fuera un padre que descubre una travesura infantil.


-  Ya veo que esto os divierte. ¿Os parece bonito reíros de un hombre que ha sufrido acoso por parte de una octogenaria? Sabed que he tenido que hacer de todo para borrar el chupetón- abrí mi camisa y les mostré el cuello. Aquello consiguió que las risas se convirtieran en carcajadas. Finalmente Alicia se decidió a hablar.


-  Perdona pero es que la situación es un poco…

-  ¿Cómica?- agregué


- Sí, eso- respondió, mientras intentaba contener la risa.


- Pues sí, es cómica. Pero ahora creo que me merezco un desagravio.

- ¿Qué quieres decir?- la risa se borró de su rostro y dejó paso a la estupefacción.

-  Os habéis burlado de un pobre hombre que ha sido mordido por una anciana. Y pensar que os guardé una de las ciento cincuenta cajas de caramelos que se repartieron en el convite… Arriesgué mi vida por elloalcé mi mirada y suspiré cacareadamente…

- Conseguí arrancarles de nuevo una carcajada. Fue Alicia quien decidió reiniciar la conversación:

- Perdona, es que es muy gracioso- dijo atropelladamente, luchando por hablar y dominar la risa.

- Insisto en que merezco una compensación- repliqué mientras me sentaba junto a ellas, en el sofá.

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- ¿Qué compensación?- dijo Sandra, tras mirar a su amiga. Nuevamente se erigía en calidad de portavoz.

- Me gustaría invitaros a tomar algo. No tiene por qué ser hoy, y comprendo que tal vez no tengáis tiempo tras la clase. Puede ser antes o después, y cualquier día, por tanto- dejé mi propuesta en el aire pues no quería parecer impaciente.

- Está bien- contestó Alicia, con gesto serio.

Durante varias semanas me limité a charlar con ellas en la academia. El recurso de la boda y la posterior narración de mi inventada desventura consiguieron sembrar la cordialidad entre nosotros. 

Charlábamos antes de la clase o en los descansos y establecí cierta confianza con Alicia, que decidí convertir en algo más. Había abonado el terreno para conseguir mi propósito y ahora debía dar un paso adelante.

Era consciente de que ella y Sandra eran inseparables y, por tanto, debía salvar ese obstáculo para conquistarla. Tuve que hacer uso de mi ingenio y un viernes, cuando aceptaron mi invitación para tomar algo tras la clase, decidí que se uniera a nosotros un tímido compañero de clase. Les expliqué a ambas que Carlos me inspiraba cierta pena y no se opusieron a mi decisión.

Con un cuarto miembro en el grupo, el camino se hizo más fácil. Tomamos una cerveza en un bar que no quedaba muy lejos de la academia y al que los demás compañeros no solían acudir. Estuvimos horas hablando y riendo, y conseguí acercarme más a Alicia.

Repetimos aquella cita durante cuatro viernes seguidos, siempre los cuatro. Alicia y yo habíamos estrechado lazos y había percibido que su interés por mí se incrementaba cada vez que estábamos juntos, ya fuera en la academia o en nuestras reuniones tras las clases. Carlos, demostró que no era tan tímido como parecía y conectó rápidamente con Sandra. Nuestros encuentros se alargaban e, incluso, fuimos a cenar un día. Fue entonces cuando decidí que ya había llegado el momento de completar mi seducción.

Mientras esperábamos el primer plato, tras los entrantes, acerqué mi mano a la de ella, que estaba sentada a mi derecha. La acaricié suavemente durante unos segundos para acabar retirándola. Ella no pareció incomodarse y me miró fijamente a los ojos, sin decir nada.

Tras la cena acudimos a un local para tomar una copa. La tomé del brazo y la llevé a un rincón mientras Carlos y Sandra se dirigían a la barra. Noté que temblaba y, cuando nos situamos frente a frente, desvió la mirada.

- Eres bella por fuera, pero lo eres aún más por dentro. Quería que lo supieras- afirmé mientras la miraba detenidamente, escudriñando cada parte de su rostro.
Bajó la cabeza, ruborizada como una niña. La acaricié la barbilla y levanté su cara para que me mirara a los ojos. No dijo nada, pero no hizo falta. La besé en la mejilla y acaricié su pelo.

Aquel día no sucedió nada más entre nosotros. No nos besamos, no nos acercamos más de lo debido. Tan sólo hablamos durante horas y fingimos ante Carlos y Sandra.

Al día siguiente nos citamos, los dos solos. Tomé la iniciativa y la besé nada más verla. Ella se dejó llevar e iniciamos formalmente nuestra relación. 

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