De un tiempo a esta parte he descubierto que no hace falta ir a bares y discotecas para poder ligar con chicas.
De hecho prefiero utilizar otros ambientes. En las
discotecas las chicas suelen estar a la defensiva. Saben que todos los hombres que
merodean por allí quieren una sola cosa.
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Sin embargo, cuando te encuentras con
una chica atractiva en otro ambiente diferente, te das cuenta de lo relajada
que se encuentra. No en vano, no tiene nada que temer. Solo ha salido a
comprar, o a estudiar, o a ver un obra de
teatro,…
La historia que os voy a contar ahora, me sucedió en el
supermercado. Uno de mis lugares preferidos, porque, antes o después, todo el
mundo acaba yendo al supermercado, y, claro está, las chicas atractivas no iban
a ser menos.
El caso es que era un día lluvioso de finales del mes de
octubre, y me había acercado al supermercado de la esquina a comprar unas
cosillas.
En uno de los pasillos me crucé con una rubia impactante
que me dejó obnubilado. Traté de hacer contacto visual, pero ella estaba
demasiado ocupada decidiendo que cera depilatoria comprar.
Ante el fracaso decidí centrarme en mis compras y olvidarme
de ella, aunque, creedme, era realmente preciosa.
Cuando hube terminado me dirigí a la caja y allí, en la
última posición de una de las colas, la volví a ver. Aguardaba detrás de un
cuarentón con demasiadas entradas.
Entonces, supe que aquella era una oportunidad que me
estaba brindando el destino, así que, sin dudarlo un instante, me dirigí hacia
ella.
- Perdona,
eres tú la última de la cola.
- Sí,
eso parece.
- Es
bueno preguntar, ¿sabes?, así te evitas problemas.
- ¿Cómo
dices?
- Nada,
te decía que preguntando es la mejor forma de evitar problemas en las colas, el
otro día estaba en la cola del Carrefour, y dos abuelas comenzaron a pelearse.
Parece ser que una se había colado, y la otra había intentado echarla para
atrás, y entonces se lió. El problema es que yo estaba allí mismo, justo detrás
de una de ellas, y, claro, no pude por menos que intervenir. Si no se matan
entre ellas. Así que las separé y conseguí que se respetaran mutuamente y se
comportaran como buenas chicas. Es una pena que la gente intente colarse en las
colas, total por intentar ganar unos minutos.
- (Sonrisa)
¡Hay algunas abuelas muy peligrosas! ¿Y al final? ¿Guardaron la cola?
- Sí,
se puso una detrás de la otra y aguardó su turno. Yo por mi parte, aproveché
para colarme delante de ellas.
- (Carcajada)
¿Y no te intentaron pegar?
- Sí,
pero tenía una manada de puerros que utilicé como arma.
- (Carcajada)
Yo te hubiera aconsejado las acelgas, cubren más espacio.
- Sí,
pero son más blandas.
- Sí,
sí que es verdad.
Mientras tanto la cola seguía avanzando.
Su mirada era penetrante hasta el abismo y sus
ojos poseían
un color grisáceo que invitaba a la
intimidad. Al hablar me sonreía e iluminaba
con
ello el sórdido supermercado.
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Seguí hablando.
- ¿Qué
me harías si intentara colarme?
- Te
pararía los pies con esta lata de leche condensada.
- Bien,
esa es una razón de peso para aguardar mi turno.
- (Sonrisa).
- Por
cierto, encantado de conocerte Lucía.
- ¿Cómo
sabes mi…? ¡Ah! Claro, mi placa. Veo que te fijas en los detalles.
- Solo
en aquellos que me interesan.
- Bueno,
pues ahora para estar en igualdad me tendrás que decir tu nombre.
- Me
llamo Juan.
- Pues
encantado de conocerte, Juan.
- Igualmente,
Lucía. ¿Sabes? No he tenido tiempo para tomar algo después del trabajo, así que
estaba pensando en ir a tomarme un pinchito por ahí. ¿Qué te parece?
- Me
parece bien, creo que deberías ir por ahí a tomarte un pinchito (sonrisa).
- (Sonrisa)
Touché. ¿Y qué te parece si tú me acompañas?
- ¿Por
qué debería hacer eso?
- No
sé, porque son las 8 de la tarde y no tienes ningún plan más interesante que el
ir a tomar algo con un atractivo desconocido que te has encontrado en el
supermercado.
- ¿Y
tú, por qué querrías tomarte algo conmigo?
- Sencillo,
estoy impresionado por el exterior y entusiasmado con el potencial del
interior.
- ¿Cuánto
tardaste en currarte esa frase?
- Un
par de semanillas.
- (Sonrisa).
- ¿Tengo
compañía?
- Parece
que sí.
Al final, llegamos hasta la cajera y tras haber abonado
nuestras respectivas cuentas nos fuimos a un bar que había justo enfrente del
supermercado.
Allí, hablamos de todo un poco, con muchas dosis de humor y
algún toque de conversación seria.
A la noche siguiente quedamos para cenar y comenzamos una
relación que se alargó varios años en el tiempo.
Sin duda, aquel día lluvioso de octubre comprendí que el
supermercado de la esquina puede ser un lugar ideal para encontrar a la mujer
de tu vida.
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