Reencuentro Con Un Viejo Amigo
A veces, la vida te reúne nuevamente con personas con las que has compartido muchos buenos momentos, personas de las que el tiempo te ha alejado.
Cuando un amigo de la infancia me localizó para invitarme a su fiesta de cumpleaños no me lo podía creer. Me había cambiado de domicilio y encontrarme debió suponer para él toda una labor de investigación.
Acepté su invitación con un gran entusiasmo. Me alegraba el hecho de volver a verle después de tanto tiempo y, aunque hubiera preferido tomar una cerveza con él y charlar tranquilamente, la fiesta prometía ser todo un acontecimiento, a juzgar por la invitación que me envió.
Le llamé por teléfono para confirmar mi asistencia y conversamos unos minutos, como si el tiempo no hubiera pasado. Me informó de que la fiesta en cuestión no sólo tenía como objetivo celebrar su cumpleaños, sino también su compromiso con una mujer que había conocido en el extranjero. Al evento acudirían muchas personas y se habían reservado habitaciones en un hotel de la localidad, ya que la reunión se celebraba en un chalet situado en un pueblo que estaba varios kilómetros apartado de la ciudad.
La noche señalada acudí solo. Tenía muchas amigas que podrían haberme acompañado, pero quise ir solo para poder aprovechar mejor las posibilidades que la fiesta pudiera ofrecerme.
La casa donde se celebraba la fiesta era espectacular: un enorme chalet con piscina y con un amplio jardín en donde una orquesta tocaba temas clásicos y aburridos. Todas las zonas de la casa estaban llenas de personas de toda condición, algo que dice mucho de Carlos, y que acertadamente le califica como un hombre en absoluto clasista o maniático.
Tras los inevitables abrazos del reencuentro, mi
amigo me presentó a su novia y a una docena de
personas de las que olvidé el nombre
inmediatamente.
Él era el anfitrión, así que decidí
dejar que cumpliera con su labor, y me interné en
una nube de gente que disfrutaba del aire fresco
en el jardín.
Mi objetivo inicial (conseguir algo de comer), pronto se vio sustituido por otro aún más jugoso: Sentada en una de las numerosas sillas que bordeaban el césped vi a una chica que observaba con sus grandes ojos todo lo que se movía.
Llevaba el pelo oscuro recogido y lucía un traje de fiesta algo anticuado pero que realzaba su generoso busto. No era una belleza, pero poseía unas facciones atractivas y un cuerpo armónico.
Lo que más me hizo sentirme atraído por ella fueron sus ojos, negros, inmensos y expresivos. Parecía decirlo todo con la mirada y delataban que se sentía perdida en aquel lugar.
Quizá esa indefensión fue lo que despertó mi instinto de caballero, amén de mi deseo. Supuse que estaba esperando a alguien ya que casi todo el mundo había acudido con pareja, pero tal suposición, afortunadamente, no fue correcta, pues nadie se acercó a ella durante el tiempo en que la estuve observando.
Decidí aproximarme y presentarme. Era la única manera de entablar una conversación y, como no, de seducirla. Por fortuna quedó una silla libre a su izquierda (había demasiada gente luchando por una) y ello me dio la oportunidad de poder iniciar mi acercamiento.
No se extraño cuando me senté a su lado, quizá por la misma suposición que yo había conjeturado momentos antes con respecto a ella. Simplemente me miró, se limitó a sonreír y apartó su silla unos centímetros educadamente. No como rechazo, sino para facilitar mi colocación (conseguir una silla era una aventura, conseguir espacio era toda una
proeza)
En un principio me limité a sonreírle sin mediar palabra alguna. Ella no dejaba de mirar a todos lados y entendí que se sentía tan incómoda que su única opción para pasar el mal trago era disfrutar con la diversión ajena. En algún momento, pude ver un brillo de nostalgia en su mirada, cuando ésta se centraba en alguna pareja de enamorados que bailaban o se besaban… ese era un buen comienzo que se traducía en una afirmación que suponía una ventaja para mí: ¡No tenía pareja!
Tras unos momentos en silencio junto a ella, prolongando más de lo debido un refresco, decidí iniciar una conversación para lograr que me viera como un aliado en ese lugar del que parecía querer y no poder escapar. Aproveché una mirada suya para comenzar a dirigirle la palabra:
- ¿No crees que aquí hay demasiada gente?
Este sitio es enorme y, a pesar de ello, todo este
gentío hace que parezca pequeño- la afirmación
que hice tras mi pregunta tenía como objetivo
sacar a flote su incomodidad y tratar de
conseguir que confesara el por qué de tal hastío.
- Sí, demasiado alboroto- contestó esbozando una sonrisa y sin mirarme a los ojos.
- ¿Sabes lo que más me gusta de esta fiesta?
Hay gente de todas las condiciones, edades,
colores y estaturas. Esto parece un puzzle. Pero
dice mucho de Carlos y de su novia, por
supuesto.
- Sí, es verdad- respondió riendo ante mi
comparación. No conozco ni al noventa por
ciento de los que están aquí- agregó torciendo
las comisuras de los labios como si hubiera
cometido algún error.
- Pues bienvenida al club, porque yo tampoco conozco a nadie, sólo al anfitrión.
Por cierto, no me he presentado, me llamo
Óscar
- Yo Andrea- indicó, señalándose a si misma con el dedo índice.
- Encantado de conocerte, Andrea.- le tendí la mano y ella hizo lo propio.
Podría haberle dado dos besos, un gesto que a veces es impropio cuando un hombre se presenta a si mismo, pues delata lo que quieres conseguir.
Como opción a eso, estreché su mano entre las mías, como si fuera una amiga de toda la vida y noté que su piel estaba fría
- ¿Cómo es que tienes frío en esta noche tan
cálida y con tanta gente a tu alrededor
contribuyendo a la subida de la temperatura con
los vapores humanos y etílicos? Tienes la piel
helada y erizada. Espero que lo segundo no se
deba a mí- me crucé de brazos como un niño
enojado y frunciendo el ceño de manera cómica.
- No, no. Soy un poco friolera, nada más- contestó riendo nerviosamente.
- Bueno, eso tiene fácil solución.
- Me levanté de la silla, me quité la chaqueta y
se la tendí sobre los hombros… ¡Como un buen
caballero!
- No tienes por qué hacerlo- dijo, con la mirada baja y algo azorada.
- Es un placer, no te preocupes. No quiero
que pilles un resfriado veraniego. -¿Quieres
tomar algo, un canapé, vino, una buena sopa
caliente con barquitos de pan?hice un gesto con
las manos como si con ellas asiera un tazón.
- No, gracias, no me apetece nada.- se dejó
llevar por primera vez y se permitió reír durante
unos segundos. “Primer paso dado”, pensé. “He
logrado que se sienta cómoda conmigo”.
- Pues haces muy mal- insistí.
- ¿Por qué?- preguntó con una sonrisa de complicidad, empalizando con mi sentido del humor.
- Porque todo el mundo pelea por asaltar las
bandejas de comida, y no digamos las de las
bebidas. Y tú, que te lo mereces más que nadie,
no pruebas nada.
- ¿Por qué me lo merezco más que nadie?-
abrió exageradamente sus enormes ojos, sin
pestañear. Mi afirmación le había sorprendido y
aturdido.
- Te lo mereces más que nadie- repetí
lentamente, como un entrenador que intenta
motivar a uno de sus jugadores. La miré
fijamente a los ojos, acercando mi cuerpo a ella
y manteniendo una distancia prudencial.
- ¿Por qué?- preguntó, sin pestañear aún y
conteniendo una sonrisa. El gesto delataba su
curiosidad y la expectativa de recibir un halago.
Agradecí el gesto, pues suponía que mi avance
se producía con éxito.
En ese momento reparé en sus labios. Bien delineados, suaves y atrayentes. Ni carnosos, ni finos. En realidad, aproveché la situación para fijarme aún más en sus rasgos, esos que no consideré especialmente bellos, y que en aquel momento me parecieron extremadamente sensuales. La confianza que había conseguido por su parte, aunque poca aún, mostraba mucho más de ella de lo que vi cuando la observé por primera vez. Su apertura y receptividad exponían una belleza oculta.
- Porque eres la única que no se ha movido al son de esta música tan horrible. Eso dice
mucho de ti. contesté con una mirada pícara que
invitaba a reír.
- No se me da muy bien bailar y menos con
esto que suena- retiró su cuerpo hacia atrás y rió
tapándose los labios con la mano. Mi ocurrencia
había conseguido arrancarle una pequeña
carcajada.
- Seguro que con algo que te guste bailas bien. Tienes sentido del ritmo, lo percibo.
- ¿Cómo que lo percibes?
- Bueno, es increíble como sigues con los
ojos los movimientos de ese hombre desatado de
allí- señalé a un hombre de mediana edad que
bailaba desatado al son de una pasodoble- Si
eres capaz de eso, tienes sentido del ritmo.
Tras observar al hombre que señalé, soltó una carcajada y acto seguido compuso un gesto de compasión. No se reía de él sino conmigo y ello significaba una cosa ¡Me acercaba a mi meta!
- Y dime, ¿qué te ha traído a esta fiesta que
prometía tanto?- Dije, tras esperar a que ella
terminara de reír.
- Trabajo con el anfitrión, como tú le llamas
- ¿Puedo suponer que es más una obligación
que un placer?- pregunté girando la cabeza
como un tutor que espera la confesión de una
travesura.
- ¿Por qué lo dices?- volvió a mirarme de nuevo con los ojos como platos.
- Porque eres una mujer muy atractiva que
no parece querer estar aquí. Lo noté cuando me
senté a tu ladoMentí descaradamente, pues la
había observado desde lejos y me había acercado
a ella con una clara intención. Pero era necesaria
tal confesión para lograr un mayor acercamiento.
-
No te equivocas… no me gusta mucho esta
fiesta y, sí, es un poco por obligación por lo que
he venidoconfesó, desviando la mirada.
Disimuló su encogimiento jugueteando con los botones de mi chaqueta. Era evidente que se sentía avergonzada por acudir sola y, el aflorar de ese sentimiento, me permitía dar un paso más:
- Me alegra que seas una chica tan
responsable con sus obligaciones. Es
muy agradable conversar contigo, Andrea.
También yo tengo ahora tengo que ocuparme de
una obligación importante.
- ¿Alguien a quien saludar?- percibí en sus
ojos cierta desilusión que ella trató de velar con
un esbozo de sonrisa.
- No, más bien alguien a quien animar.
Quiero que te diviertas esta noche. No nos
conocemos de nada pero eso no significa que no
podamos intentar hacer de esta reunión
variopinta algo memorable ¿no te parece? Así
podrás contarle a tus nietos que en una fiesta
aburrida te lo pasaste en grande con un
desconocido que se aburría tanto como tú-
afirmé, abriendo las manos en un gesto de
cordialidad y mirándole a los ojos.
- ¿Tú crees que eso es posible?- estiró el cuello y frunció el ceño cómicamente.
- ¿Dudas de mi capacidad de conseguir que
te diviertas? ¿Me estás desafiando?- arranqué
una nueva carcajada, esta vez extensa.
- No me refiero a eso, quiero decir que es
imposible divertirse aquí- contestó, poniendo su
mano en mi hombro.
- No hay cosas imposibles. Bueno, no
podemos hacer que ese hombre vuelva a
recuperar la juventud- volví a señalar al hombre
que, en esta ocasión, se balanceaba
maquinalmente al ritmo de una balada de los
años setenta- pero sí que podemos disfrutar de
esta fiesta.
- Hay que convertir lo negativo en positivo-
añadí. Esa afirmación incluía un mensaje tácito:
“Hago lo posible para hacerte feliz”
- Tú dirás cómo- se cruzó de brazos esperando una propuesta.
- Acompáñame.
Me levanté de nuevo de la silla y le tendí la mano, invitándola a hacer lo mismo. Ella dudó durante unos instantes, me miró fijamente y tragó saliva exageradamente demostrándome con humor su aprensión ante mi iniciativa:
- Vamos, confía en mí. Soy un hombre que
cumple con sus obligaciones: alimento todos los
días a mi perro y separo la basura… puedes
confiar en mí- rió de nuevo ante mi ocurrencia, y
desvió la mirada antes de decidirse a aceptar mi invitación.
Le ofrecí mi brazo para que se asiera a él, como una pareja antigua. Era mucho más educado que caminar junto a ella sin más y, por otra parte, aún era inadecuado cogerla de la mano.
Nos encaminamos rumbo hacia la pista de baile (o lo que parecía ser la pista de baile). La dejé unos segundos sola y me dirigí a uno de los miembros de la orquesta aprovechando un descanso. Pedí que tocaran una canción y, afortunadamente, accedieron a mi demanda.
Poco después, cuando ya me hube reunido con ella, una conocida balada comenzó a sonar. Ella se sonrojó cuando me dispuse a tomarla de la mano y a rodear su cintura, aunque no mostró rechazo alguno:
- No sé bailar, ya te lo he dicho- dijo,
mordiéndose los labios como una niña que se
lanza a una aventura de la cual no está segura.
- No te preocupes, yo tampoco. Pero esta
balada que he pedido se baila sola y, como no
podemos cambiar de fiesta, al menos podemos
acomodarla a nuestro gusto. Nos guiaremos
mutuamente- afirmé, acercando mi rostro al
suyo y mirándola intensamente.
- Bueno, a ver- respondió, totalmente sonrojada. Abrió los brazos para dejarse llevar
Durante la primera canción que bailamos nos limitamos a movernos al ritmo de la música, guardando una distancia moderada. Cogí su mano derecha con la mía y rodeé con mi brazo izquierdo su cintura tímidamente, demostrándole así que no quería excederme y traspasar el límite. Dos canciones más sirvieron para que nos acercáramos un poco más. Aproveché para acariciarle la mano simulando un gesto inconsciente, como si me dejara llevar por la música.
Varias veces nos miramos a los ojos, sin decirnos nada. En esos momentos, alguno de los dos iniciaba una breve y divertida charla para suavizar la calidez del acercamiento.
Percibí que ella respondía a mis reflejos. No oponía resistencia alguna y yo no crucé en ningún momento la frontera de la atracción mutua.
Aquella noche Andrea y yo no sólo nos conocimos. Sentamos las bases de una amistad que, unas semanas después y tras varios encuentros más (sin fiestas de por medio), derivó en una bonita relación amorosa.
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