Vivir solo acarrea ciertas obligaciones, que no siempre son agradables, como es tener que hacer la compra. Siempre acudía al supermercado de unos grandes almacenes cerca de mi oficina ya que, por mi horario laboral, no podía permitirme el lujo de acudir a los supermercados de mi barrio, que cerraban antes de lo que hubiera deseado.
La escalera de bajada se encontraba cerca de la sección de
perfumería donde, en varios stands de
grandes marcas, chicas preciosas atraían inevitablemente mi atención cada vez
que acudía a hacer mis compras.
¿Cansado de la soledad? Únete a nuestra plataforma y encuentra a alguien que esté cerca.
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De entre todas ellas, hubo una que captó mi atención
sobremanera. Jamás la había visto por aquella zona. Deduje que había cambiado
de turno, quizá de centro, pues transmitía la seguridad de la experiencia.
Durante dos semanas coincidí con ella. Era menuda y
delgada, y siempre llevaba el pelo rubio recogido, con flequillo.
Me percaté de que, no sólo atendía cordialmente a los
clientes como las otras chicas, sino que poseía un encanto especial y una
energía que no compartían las demás. Desplegaba un encanto y una dedicación
difíciles de perfeccionar. Eso fue lo que principalmente me atrajo de ella,
aunque he de reconocer que, igualmente, me sedujeron sus ojos, grandes y
verdes, así como su cuerpo… y sus piernas. ¡Qué piernas!
Un mes después de haberla visto por primera vez, me decidí
a intercambiar algunas palabras con ella para lo que esperé el momento en el
que no estuviera ocupada y me acerqué a su stand
con el pretexto de comprar una buena colonia masculina. La mía ya se me
estaba agotando.
-
Hola, buenas tardes -dije con tono afectuoso al
acercarme a ella.
-
Hola -contestó amablemente.
-
Necesito que me aconsejes.
-
Para eso estoy. Dime en qué puedo ayudarte
-respondió con un tono divertido.
-
Busco una colonia que no sea demasiado fuerte ni
tampoco una de esas que no huelen mucho.
-
Entiendo, quieres alguna que sea discreta pero
que se mantenga.
-
Eso es. Lo has captado inmediatamente.
-
Ése es mi trabajo -contestó riendo-, te mostraré
un par de colonias que pueden encajar con tus deseos.
-
¡Vaya, y además psicóloga!
-
Sí, a la fuerza -compuso un gesto de resignación
y enarcó las cejas. Pero inmediatamente volvió a sonreír.
-
Supongo que tener que atender a muchos clientes
indecisos te vuelve un poco psicóloga.
-
Un poco, sí.
-
Bueno, yo te prometo que no soy uno de esos
clientes indecisos.
Tras vaporizar dos colonias en dos tiras de papel secante y
mostrármelas, me tomé unos segundos para tomar una decisión y, de paso,
establecer un contacto visual directo con ella, que me miraba con ojos
expectantes, sin parpadear.
¡Deja atrás la soledad! Conoce a alguien especial en tu área.
-
Me quedo con la segunda. Es fresca y estoy
seguro que reforzará mi buen humor por las mañanas para ir al trabajo -en eso
mentí descaradamente. Mi humor en los días laborables no era precisamente bueno,
pero estaba transmitiendo un claro mensaje: Soy un hombre simpático.
-
Se vende muy bien -contestó,
-
Quizá sea, por eso, precisamente, porque aleja
los malos humores. Definitivamente me quedo con ésta.
-
¿Deseabas algo más?
-
Pues sí... Ya que me encuentro con una vendedora
competente y simpática, me arriesgaré a comprarle un perfume a mi hermana. Es
una misión de alto riesgo y sólo tú puedes ayudarme.
-
¡Uf...! me lo pones difícil, ¿eh?
-
No creo que te resulte difícil. Además, ya sabes
que es mucho más fácil hacer un regalo a una mujer que a un hombre.
-
En eso tienes razón. Sois muy complicaditos.
-
Quizás te ayude que te describa brevemente a mi
hermana. Así darás con el perfume exacto.
-
Muy bien.
Mientras me escuchaba atentamente, se echó el flequillo
hacia atrás y pude comprobar la perfección de su rostro: Tenía los pómulos
marcados y eso resaltaba aún más sus ojos verdes.
-
Bueno, es una mujer elegante, sin exageración.
Muy vital, joven y guapa. Simpática y muy determinada. De hecho, es como tú
-indirectamente y, utilizando aquella descripción, le había transmitido un
segundo mensaje: lo que pensaba sobre ella.
-
Vaya, muchas gracias. Espera, creo que tengo el
perfume que buscas.
No me sorprendió que no se azorara, pues supuse que estaría
acostumbrada a recibir halagos como el mío. Tras unos breves instantes en los
que se alejó para buscar el perfume y yo aproveché para admirar su cuerpo,
regresó a mi lado luciendo una amplia sonrisa y una cierta mirada de
complicidad.
-
Te traigo tres perfumes. Creo que cualquiera de
ellos le gustará.
-
¿Puedo preguntarte algo?
-
Claro -contestó con expresión de sorpresa.
-
Sinceramente, de estos tres perfumes, ¿tú cuál
te pondrías?
Dudó unos segundos y, antes de que pudiera responderme a la
primera pregunta, me adelanté con otra nueva.
¿Estás buscando el amor? Regístrate y encuentra a tu pareja perfecta cerca de ti.
-
Lo que quiero decir es qué perfume utilizas tú.
La verdad es que huele de maravilla y creo que al novio de mi hermana le
gustará. Ella siempre compra perfumes pensando en si le gustarán a su novio,
algo que no acabo de entender.
-
Muchas mujeres compran ciertos perfumes por ese
motivo.
-
¿De veras?
-
Sí.
Torció la boca y volvió a enarcar las cejas en un gesto de
comprensión femenina. Aproveché dicho gesto para disparar una nueva carga de
mensajes indirectos.
-
Resulta halagador para un hombre que su pareja
piense en él para algo así y que quiera gustarle. No obstante, yo prefiero que
la mujer determine sus propios gustos, pero es admirable que alguien quiera
agradar a su pareja -traducción: No soy machista, soy comprensivo y estoy
dispuesto a agradar a mi pareja.
La miré nuevamente a los ojos con una expresión seria y
tierna a la vez, transmitiendo lealtad, seguridad y confianza. Bajé la mirada y
señalé los perfumes, componiendo una expresión de complicidad y guiñando un
ojo.
-
Entonces, ¿me confiesas tu secreto con respecto
al perfume?
-
Bueno, yo suelo utilizar varios, pero este en
concreto es el que llevo en estos momentos y me encanta -agarró uno de los tres
frascos y lo esparció en su muñeca para que lo oliese. La sonrisa se había
borrado de su rostro y su mirada se tornó más intensa e interesada… en mí, lo
que me llenó de satisfacción.
-
Sí, éste es, sin duda, el perfume perfecto.
Estoy seguro de que le gustará. Quiero decir, que les gustará a los dos -afirmé
sonriendo levemente.
-
Te envolveré para regalo el perfume de tu
hermana.
-
Muchas gracias. Pero, ahora que lo pienso,
quiero que me envuelvas dos.
-
¿Dos?
-
Sí, dos. He recordado que tengo alguien más a
quien hacerle un regalo.
De nuevo volvió a alejarse para buscar un nuevo perfume y
aproveché para escribir en dos tiras de papel secante una frase decisiva.
Cuando regresó percibí cierta incertidumbre y curiosidad, pero no me adelanté a
interpretar aquellos sentimientos.
Tras envolver con esmero los dos perfumes femeninos y
cargar de muestras la bolsa, le tendí rápidamente mi tarjeta de crédito y mi
carné de identidad. No sólo porque no podía pagar en efectivo la suma de todo
aquello, sino por un motivo más concreto:
¿Estás cansado de estar solo? Encuentra a alguien que quiera estar contigo y esté cerca.
-
Aquí tienes mi carné. Como ves, me llamo Óscar.
-
Muy bien, Óscar -contestó con una sonrisa.
-
Por cierto, me gustaría saber tu nombre. Si a mi
hermana le gusta este perfume y lo quiere utilizar de nuevo, o se interesa por
otros productos de esta marca, que lo hará, le diré que pregunte por ti. Eres
toda una profesional y una artista -exclamé señalando los cuidados envoltorios
que había hecho.
-
Gracias. Soy Katia.
-
¿Katia? Es un nombre muy bonito. Bueno, todo el
mundo te lo dirá.
-
Sí, mucha gente me lo dice. Algunos se quedan
extrañados.
-
Bonito nombre para una mujer.
-
Gracias -me dijo mientras me extendía el recibo
de la tarjeta para que lo firmara.
Aquel día, me sentía optimista y con muchas ganas de
arriesgarme. A veces la seducción requiere tiempo y otras, sin embargo, se
produce en un breve pero intenso plazo, y es eso lo que cuenta, la intensidad,
sea en un plazo corto o prolongado. Resolví adoptar la opción mixta y, cuando
me tendió la bolsa, extraje uno de los paquetes de regalo y lo dejé encima del
mostrador, junto a las tiras secantes en la que había escrito el mensaje.
Me despedí cortésmente y me
fui. Preferí dejarla a solas para que leyera lo que había apuntado en mi
improvisada carta de amor: “Katia, durante
estas últimas semanas has convertido mi obligada visita al supermercado en un
placer. Este regalo es para darte las gracias... Espero volver a verte”.
Esperé dos semanas para volver allí y la vi atendiendo a un
par de clientas. Caminé con paso firme, rumbo a la escalera de bajada al
supermercado. Cuando pasé cerca de su stand,
nuestras miradas coincidieron y la saludé con la mano, mostrando una sonrisa
amplia y una mirada tierna, pero segura. Ella me hizo un gesto con la mano,
indicándome que esperara unos instantes. Levanté las dos manos fingiendo un
divertido gesto de “detención” y, cuando hubo terminado con sus clientas, me
pidió que me acercara.
-
Fue todo un detalle lo del perfume.
-
Fue un placer. Pero no quiero que te sientas
obligada a nada. A veces, un hombre ha de sincerarse y aventurarse, cuando
encuentra a alguien especial.
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Calló y bajó la mirada para que no pudiera advertir su
sonrojo. Le toqué levemente el brazo en una señal de amistad, transmitiendo una
intención sincera. Al cabo de unos instantes, volvió a mirarme a los ojos y
retuve su mirada sonriendo.
-
Tengo unos minutos libres para tomar algo en la
cafetería -me hizo saber con voz queda.
-
Perfecto, yo tengo unos minutos para invitarte.
Disfrutamos de mucho más que unos minutos aquella tarde.
Charlamos y decidimos citarnos al día siguiente para cenar.
Tan solo fueron necesarias tres citas más para conocernos y comenzar una
relación fantástica.
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