Tuve la suerte de conseguir mi primer trabajo mientras cursaba el último año de carrera. Por ello, decidí abandonar la residencia de estudiantes y alquilar un apartamento. Ahora que mi sueldo me lo permitía, deseaba tener mi propio sitio, vivir solo.
Encontré un apartamento en el último piso de un edificio
antiguo del centro de la ciudad, con un precio de alquiler bastante asequible.
La finca contaba con tan sólo cinco plantas y estaba habitada en su mayoría por
ancianos. Mi casero me informó de que, además del mío, existía otro apartamento
alquilado: una buhardilla en la que vivía “gente joven”.
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La noticia me alegró. Tal vez pudiera conocer a gente nueva
y ampliar así mi círculo de amistades. Además, sentí alivio al saber que no
sería el único en todo el edificio que no había cumplido la edad de jubilación.
Mi alegría se incrementó aún más cuando, un sábado,
coincidí en el portal con dos chicas que revisaban el correo. Iban cargadas con
mochilas y varias maletas. Puesto que acababa de terminar agosto, deduje que
volvían de las vacaciones y, por el equipaje que cargaban, supuse que eran las
inquilinas a las que se había referido mi casero cuando me informó de que había
más “gente joven” en el edificio.
No se percataron de mi presencia hasta que me acerqué a
ellas y pulsé el botón del viejo ascensor. Me saludaron con un breve “Hola” y
con cierta mirada de curiosidad.
Demostré mi caballerosidad abriendo las incómodas puertas
del ascensor, gesto que agradecieron con una sonrisa. Hasta ese momento, había
maldecido el anticuado elevador, pues era demasiado lento. Pero, al fin,
aquella lentitud me sirvió de algo. Durante el ascenso, pude observar detenida
y disimuladamente a mis dos vecinas y, aunque las dos eran atractivas, una de
ellas me llamaba mucho más la atención.
Tenía una estatura considerable e iba vestida con ropa de
aeróbic. Los pantalones ajustados marcaban unas caderas bien contorneadas y
unas piernas perfectas. No pude evitar fijarme igualmente en la generosidad de
su pecho, bajo un top negro de tirantes que dejaba al aire su estrecha cintura.
El piso en el que se encontraban las buhardillas no contaba
con ascensor, por lo que había que subir hasta mi planta y remontar un tramo de
escaleras. Noté la curiosidad de ambas cuando, al formular la pregunta de rigor
para saber a qué tecla debía pulsar, se percataron de que íbamos al mismo piso.
Durante la subida las dos se habían mantenido calladas,
algo típico cuando se comparte un habitáculo tan estrecho. Volví a comportarme
como un caballero y, de nuevo, les abrí la puerta para que pudieran salir con
sus bultos.
Quería presentarme ante ellas, especialmente ante aquella
chica impresionante que descubrí que vivía justo encima de mi apartemento.
Puesto que un primer encuentro es siempre tenso, inventé un pretexto para
iniciar una conversación:
Perdonad- dije tras cerrar la puerta del ascensor,
fingiendo recordar algo en el último momento. ¿Podríais decirme dónde puedo
encontrar un gimnasio o algún sitio donde hacer algo de deporte? Acabo de
mudarme aquí y el que conocía ahora me queda bastante lejos.
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Se miraron unos segundos para decidir cuál de ellas debía
contestar. Finalmente, la amiga de la chica que más había llamado mi atención
tomó la palabra:
Me suena que tres manzanas más abajo hay uno, pero no sé
decirte exactamente el nombre de la calle.
Bueno, gracias, trataré de encontrarlo. Había dado el paso
para establecer un primer contacto y decidí prolongarlo. Por cierto, no me he
presentado. Me llamo Óscar- me puse la mano en el pecho en un gesto de
cordialidad- Si necesitáis algo podéis llamarme- señalé la puerta de mi
apartamento.
Gracias- dijo “mi chica” al fin. Yo soy Myriam y ella es Ana- señaló a su compañera de piso girando la cabeza hacia
ella.
¿Eres el nuevo inquilino? Agregó la aludida, asombrada.
Pues sí. Y me alegro de encontrar gente joven en este
edificio. Los vecinos parecen muy amables, pero son todos mayores y comenzaba a
sentirme un poco incómodo.
Bueno, no creas que todos son tan majos. En realidad, hay
alguno bastante cascarrabias- contestó de nuevo la amiga, que parecía tomar la
palabra y la iniciativa.
Otro motivo más para alegrarme de haberos
encontradorespondí.
Te has mudado hace poco ¿no?
No quería despreciar a mi simpática vecina, pero deseba
establecer contacto con la chica que había despertado mi curiosidad… y mi
deseo. Por ello, decidí contestar mirándola a ella fijamente a los ojos, en
lugar de a quien me había formulado la pregunta.
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Aproveché mi respuesta para devolver una pregunta e iniciar
una conversación.
Hace un mes, más o menos. ¿Vosotras lleváis mucho tiempo
aquí?
Casi un año- contestó sonriendo Myriam. ¡Bingo!
Continué mirándola atentamente para facilitar su
conversación. No quería que, de nuevo, su locuaz amiga tomara la palabra.
Espero no haberme equivocado de vecindario. No es que se
pueda elegir mucho, tal y como están los precios hoy en día, pero me da la
impresión que éste es un barrio que no está mal.
Sí, está muy bien- respondió mientras luchaba con el peso
de su equipaje. Unas gotas de sudor perlaban su frente, e intentaba ocultar su
esfuerzo con una sonrisa tensa.
Aquella era la ocasión idónea para prolongar mi primer
contacto con ella, por lo que me ofrecí a ayudar con la carga de los bultos.
¿Queréis que os ayude a subir las maletas?- propuse. Veo
que tenéis por delante unos cuantos escalones.
No hace falta, gracias- contestó con una sonrisa cálida. Ya
nos hemos acostumbrado- intervino Ana, de nuevo.
Entonces, no os entretengo más. Aunque estéis
acostumbradas, seguro que deseáis llegar a casa- afirmé.
No pasa nada. Siempre nos alegra conocer a un nuevo vecino-
Me regaló una amplia sonrisa de satisfacción y se cambió la
maleta de mano mientras hurgaba en su bolso con la otra para encontrar las
llaves de su apartamento.
Resolví captar su atención antes de que tuviera tiempo de
reaccionar y se despidiera de mí. Aunque ese era nuestro primer encuentro,
quería allanar el camino:
¿Sabéis lo que me preocupa?- pregunté mientras me dirigía a
la puerta de mi apartamento Ambas me miraron de hito en hito, asombradas ante mi
inesperada pregunta. En unos segundos elaboré mentalmente una historia para
conseguir mi propósito:
Me preocupa que no vengáis a una fiesta que planeo
organizar para celebrar mi mudanza. Sé que es demasiado precipitado invitaros
sin conocernos, pero la idea de meter en el mismo guiso a mis amigos y a los
vecinos de este edificio me asusta bastante, la verdad. No sé en qué acabaría
la situación… Creo que en tragedia.
Ana fue la primera en romper a reír, con una risotada
disonante. Myriam la secundó, con una risa más contenida, que mis oídos
agradecieron. Fue esa contención lo que posibilitó que, afortunadamente, fuera
ella quien contestara:
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Estaría bien.
“Estaría” es un condicional que no me gusta un pelo. Os
aviso que si rechazáis mi invitación me lo tomaré como algo personal, y ya no
podréis venir a pedirme sal cuando os haga falta- dije sonriendo.
Podéis traer amigos, si queréis. No es mi intención
organizar una fiesta salvaje, sino un encuentro agradable. Prometo que será
divertida y que no habrá panchitos ni sándwiches de Nocilla, ni canciones de
“El Fary”
Esta vez las dos rieron a carcajada limpia, ante mi
extravagante propuesta. ¡El primer paso está dado!- pensé.
La fiesta es el próximo viernes, a eso de las nueve y
media. Espero que acudáis. Mis amigos os caerán bien y, como he dicho, podéis
traer a quien queráis.
Durante los días posteriores a mi invitación, coincidí con Myriam en un par de ocasiones y aproveché para recordarle
la fiesta imprevista que ahora me había obligado a celebrar, una obligación que
resultaba todo un placer, pues podría charlar con ella más detenidamente y
conquistarla.
No me había olvidado de Ana, a la que había reservado la
compañía de uno de mis mejores amigos, con la intención de que la mantuviera lo
más lejos posible. Deseé que no acudiera con ningún amigo o novio. Y, aunque
esa idea no me preocupaba en exceso, tenía que considerarla.
Afortunadamente, las dos acudieron solas a mi fiesta. Mi
amigo no me defraudó y entretuvo a Ana más de lo que yo esperaba…
Myriam y yo charlamos durante horas. Delegué mi papel de
anfitrión en otro amigo y pude así conocer mejor a la chica que había
despertado mi deseo. Me pareció que el tiempo transcurrió demasiado deprisa,
pero ese plazo fue suficiente para establecer una conexión más cercana que,
semanas después, se convirtió en una muy satisfactoria relación.
Esto demuestra que, cuando te interesa algo, tienes que
trabajarte tus propias oportunidades y hacer que las cosas sucedan. No puedes,
simplemente, dejarlo todo en manos del azar.
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