Caso Práctico De Éxito: Un Encuentro En El Parque

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Después de una intensa jornada laboral, necesitaba liberarme de todas las tensiones del día. Me deshice con furia de mi corbata y mi traje. Me puse mi mejor ropa de deporte y salí a correr.


Aunque el calor era insoportable, prefería sudar antes que confinarme de nuevo entre cuatro paredes. Ya había tenido suficiente con estar encerrado todo el día en la oficina. Necesitaba despejarme.

El sol pegaba con fuerza. No había apenas gente por las calles, de modo que pude correr más deprisa, hasta que finalmente decidí descansar en un parque que me pareció un oasis entre tanta calle desértica. Allí, una chica paseaba un Yorkshire que tiraba de la correa con ansiedad, como si hubiese estado encerrado demasiadas horas.

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A medida que me iba acercando, la pude ver mejor. Tenía una expresión aburrida y luchaba por hacerse con el control del perro. No pude evitar fijarme en su piel bronceada y en su figura, que lucía con orgullo con un minúsculo top y unos vaqueros ceñidos. Decidí pararme al llegar a su lado y, mientras intentaba recobrar el aliento, me dispuse a realizar algunos estiramientos con la intención de que ella se fijase en mí.

Mientras yo protagonizaba mi espectáculo de atleta consumado, noté que me miraba con curiosidad, tal vez pensando en cómo un valiente como yo se atrevía a hacer ejercicio en un día tan extremadamente caluroso. Abrí mi botella de agua y decidí sentarme en un banco próximo al árbol donde el perro estaba depositando sus deshechos. Me dediqué a mirar fijamente al perro, ya que me parecía demasiado evidente mirarla a ella y no quería que se sintiera incómoda.

La mejor manera de entablar una conversación con alguien que lleva un perro es dirigirse al perro en cuestión, de modo que comencé a hacerle carantoñas. El animalito no tardó en tirar de la correa para dirigirse a mí.

-      ¡Pero qué guapo eres! ¿cómo te llamas?- Hablar a un perro es como hablar a un bebé, siempre le sonsacas al dueño o al padre el nombre de la criatura.

-      Se llama Kiko- respondió ella tímidamente.

-      ¿Kiko? Vaya es un nombre muy bonito- De entre todas las listas de nombres de perros aquel seudónimo me parecía el menos ridículo de los que había escuchado- Y un nombre apropiado para un perro tan pequeño- proseguí-

¿le llamasteis así por algún motivo en especial?- Mi intención era arrancarle las palabras antes de que agarrara al perro y se marchara por timidez.

-      Bueno, en realidad fue idea de mi padre, que es fanático del fútbol.

-      Entiendo, entonces debo suponer que, por lo que dices, el perro debe su nombre a un jugador de fútbol y debe ser el famoso 19 colchonero ¿me equivoco?- Siempre es útil demostrar tus conocimientos, aunque sea sobre fútbol. No procedía en aquel momento disertar sobre las obras completas de Shakespeare.

-      Pues no, no te equivocas. Mi padre es hincha del Atlético…

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-      Pues me alegro, porque yo también lo soy. -Una buena mentira ha de basarse en algo de realidad. Desde los ocho años era seguidor de otro equipo, aunque me agradaba el Atlético por una simple razón: compartía un mismo rival con el mío.- Si me dices que tu padre es atlético, ya me estás diciendo todo… se ve que es un hombre sensato.

Conseguí arrancarle una sonrisa. Piropear al perro y a su padre (por eso del famoso complejo de Edipo) me hacía ganar puntos.


-      Eso dice él, que los atléticos son una raza fuera de lo común.

-      ¿Son? ¿No compartes las aficiones de tu padre?

-      Bueno, no me gusta mucho el fútbol, pero simpatizo con ese equipo.

-      Yo tampoco soy un fanático del fútbol- el fanatismo por el fútbol ahuyenta a las mujeres, si te manifiestas como un hincha demasiado entusiasta enseguida se proyectan en el tiempo y se imaginan domingos de soledad. - Me gusta el deporte en general, pero no soy una persona de excesos. En realidad creo que es mejor tener todo tipo de aficiones, ¿no te parece?

Primer mensaje subliminal: “No soy un hombre de excesos. Soy un tío sano y tengo todo tipo de aficiones, conmigo no te aburrirás”

-      Sí, es verdad

Sus respuestas aún eran escuetas, pero era evidente que ya no se sentía intimidada y agradecía un poco de conversación, de modo que para conseguir arrancarle más palabras decidí despertar su curiosidad, inventando una historia

-      La verdad es que echo de menos tener una mascota - ¿Nunca has tenido perro?

-      Tuve una cocker… pero se fue… -

Compuse un gesto triste antes de terminar la frase. -Se fue con otro perro. Yo ya le había buscado un novio de buena familia que la trataba como a una reina y, ya ves, a la primera de cambio, se fue con un perro que conoció en un parque.

Por fin se rió a carcajadas. Tenía una boca perfecta y su sonrisa hacía que su belleza resultara más llamativa. En ese momento, entablamos una complicidad, aunque los dos sabíamos que se trataba de una broma ella seguía mi ingeniosidad con seriedad, como si se tratase de una historia real.

-      ¿Y no has vuelto a saber nada de ella?

-      Bueno, creo que es feliz al lado de ese perro. De hecho, ya tienen familia y todo… están pensando en mudarse a una casa más grande, ya sabes, por los cachorros.

-      Por lo menos sabes que es feliz ¿no?

-      Sí, eso demuestra que el amor no tiene barreras. Podría haber vivido cómodamente y, sin embargo, lo dejó todo por un perro vagabundo. Es romántico ¿no te parece? - Sí, la verdad es que sí.

Volví a centrar mi atención en su perro. No quería insistir en el tema del amor, pero ya le había enviado un segundo mensaje subliminal: “Soy un hombre romántico que cree en el amor”

-      Me gusta mucho esta raza, ¿conoces algún criador al que poder comprarle uno?

-      No, este perro me lo regaló una amiga que tiene una hembra y la cruzó. Si quieres puedo preguntarle si conoce a alguien que quiera regalar uno de estos perros.

-      Te lo agradecería mucho- Había conseguido que se prestara a tener contacto conmigo, pero debía reforzar esa promesa y convertirla en un compromiso.

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Mientras yo volví a acariciar al perro, ella sacó un paquete de cigarrillos de su bolso, no sin antes ofrecerme uno.

-      ¿Quieres uno?

-      No gracias, no fumo pero te propongo un cambio

-      ¿Un cambio?

-      Sí, voy a hacer algo por ti. Te ofrezco un chicle si me prometes que vas a guardar ese cigarrillo en tu paquete y te lo fumarás más tarde. No soy de esos radicales antitabaco, pero es una pena que algo tan rico se contamine por dentro ¿qué me dices?

Señalé con la mano abierta su cuerpo e hice un recorrido de arriba a abajo. Tercer mensaje subliminal: “Eres demasiado guapa y tienes un cuerpo demasiado bonito para meterte esa porquería”. Dudó por un momento, pero finalmente guardó el tabaco en su bolso y me dirigió una amplia sonrisa 

- Está bien. Lo acepto.

-   Es lo justo- respondí

- Tú te ofreces a ayudarme a que consiga un perro y yo te ayudo a no contaminarte. 

-Si, ya estamos en paz.

Sin yo proponérselo se sentó al lado de mí. El perro se acomodó bajo la sombra del banco y nos pusimos a charlar sobre diversos temas. Tres horas después, nos habíamos contado nuestras vidas. Decidimos no molestar a su amiga (En realidad, creo que, por celos, ella no quería presentármela) y quedamos para ir a un criadero a escoger un Yorkshire. Su ayuda resultaba fundamental- le dije- para comprar el mejor.

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Una semana después, se produjo nuestra primera cita, a la que siguieron otras enormemente  placenteras.

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