Caso Práctico De Éxito: El Bar

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Era sábado por la noche, y como todos los fines de semana me preparaba para salir a “quemar la ciudad”.

Escogí mi ropa cuidadosamente, como siempre

hacía. Procuraba llevar algo que fuera elegante, 

pero, que a la vez, me hiciera sentir cómodo.



En caso de que encontrara a la mujer de mis sueños, no podía estar preocupado por mi vestimenta, debía concentrarme al cien por cien en ella.

Llamé a mis colegas y quedé con ellos en la discoteca “El almanaque”, que por aquel entonces estaba de moda. 

Era famosa porque a ella solían acudir los personajillos famosos de la tele, y algún que otro futbolista que quería apagar el incendio de la derrota del último partido.
Era curioso, pero años atrás, yo habría rechazado el ir a esa discoteca, alegando que a ella iban mujeres demasiado hermosas, mujeres inalcanzables para mí.

Pero ahora me apetecía ir. Y no era porque me hubiera hecho la cirugía estética y mejorado mi físico de manera espectacular, no, era, simplemente, porque ahora conocía los secretos de la noche.

Había aprendido a manejar los tiempos en las discotecas y a comprender las respuestas de las mujeres. Quizá no fuera el tipo más atractivo, pero eso no importaba, porque, ahora, sabía algo que la mayoría de los demás hombres no sabían.

Estaba preparado para el éxito.

A las doce en punto llegué a la puerta de la discoteca. Allí estaban mis amigos Juan y Pedro, aunque faltaba por llegar Antonio.

¿Qué tal?
Fue mi breve saludo, el cuál fue respondido con algo similar.

Apenas cinco minutos después llegó Antonio contándonos no se qué acerca de un control de policía que le había hecho retrasarse.

El portero de la discoteca nos dejó pasar muy amablemente, y yo le respondí con una amplia sonrisa de agradecimiento. Había aprendido que debía comportarme de manera amable con el personal de los bares y discotecas, porque nunca sabes cuando estás siendo observado por las mujeres.

Al entrar nos dirigimos a la barra más cercana, a un lugar donde no había demasiada gente. Pedro pidió las copas, mientras todos los demás echábamos un vistazo al lugar en busca de mujeres atractivas.

El local estaba repleto de ellas. Las había morenas, rubias, castañas, altas, delgadas,… Y todas ellas eran atractivas. 

Era como si el portero hubiera hecho una selección, dejando entrar solo a aquellas que fueran realmente guapas.

Sin embargo, había una que a mí me llamó la atención por encima de todas las demás. Era una chica morena, que no debía de sobrepasar el metro setenta y cinco. Sus facciones eran indígenas y su tez era tostada como la piel gitana.

Estaba conversando con su grupo de amigas, y cada vez que sonreía me quedaba hipnotizado mirándola. Su cabello era largo y rizado, y sus ropas eran sencillas, pero insinuantes.

Juan me comentó algo, así que me giré para hablar con él. Y allí, vi a todos mis amigos con la copa en la mano, a la altura del pecho, y pareciendo tipos realmente patéticos. No quise decirles nada porque ya sabía la respuesta que me iban a dar.

Yo, por mi parte, había aprendido a sujetar la copa con elegancia. A la altura de la cadera, no hacía falta que fuera lo primero que cualquier persona pudiera ver.

Entonces, mis colegas decidieron que era el momento de comenzar con el ataque. Tras una reunión del alto estado, decidieron acercarse a un grupo de chicas que estaban bailando en la pista de baile. La principal razón para esa decisión fue que parecían más asequibles, ya que no eran de las más atractivas.

Yo me dirigí hacia donde estaba la chica de rasgos indígenas.

Saqué de mis adentros la mejor de mi sonrisa. Esa sonrisa sincera que llevaba tres semanas practicando delante del espejo de mi cuarto de baño y me acerqué como si me estuviera dirigiendo hacia otro lugar.

Aproveché un momento en el que sus amigas la dejaron ligeramente abandonada y comencé a hablarle:

Hola, ¿me haces un favor?

Depende.


Es muy sencillo. ¿Ves aquella chica rubia que está junto a la barra? – le indiqué una rubia cualquiera.

Sí.

Pues está loca. Lleva toda la noche acosándome, porque dice que me parezco a no se qué exnovio.

Y, ¿qué quieres que haga yo?

Verás, resulta que quiere que le pida al DJ una canción del Bisbal.
Bueno, no es muy grave lo que te pide.
Ya, pero el caso es que se lo he pedido, y el DJ me ha dicho que no. Entonces, he pensado que a mí me dice que no, pero seguro que a la mujer más guapa del local no le dice que no, ¿qué piensas?

Tal vez, pídeselo.

Lo estoy haciendo.

(Sonrisa) ¡Vaya! Si tenemos aquí a un zalamero profesional.

Que no, que es verdad. He realizado un estudio de la belleza de todas las mujeres del local y tú has resultado ganadora.
(Sonrisa) Bueno, te aceptaré el cumplido.

¿Y me harás el favor?

De acuerdo. ¿Qué canción prefieres?

Cualquiera, todas suenan igual.

Vale.
Venga, y luego cuando regreses te invito a una copa.

No creo que a mi novio eso le parezca bien.

Bueno, pues luego se lo preguntamos. Mil gracias.
Acababa de cometer un error de principiante. 

Como podía haber hecho eso. La había invitado a una copa. En primer lugar eso no se tiene que hacer nunca. Y con ello la había intimidado.

Estaba claro que la había presionado demasiado. Por eso había salido con el tema de “mi novio”. Al menos había concluido bien, con una frase ingeniosa. 

Pero podía haber perdido la oportunidad de la noche, por mi estupidez.

La observé como se encaminaba hacia el DJ y como hablaba con él. El DJ, como no podía ser de otra forma, accedió a su petición con una amplia sonrisa y le dio dos besos.

Ella regresó y me dirigió una sonrisa cómplice con un ligero movimiento de su cabeza, y, después se volvió a hablar con su grupo de amigas.

Yo también regresé con mis amigos, que habían fracasado estrepitosamente con las chicas de la pista de baile. Mi éxito o fracaso estaba todavía por ver.
Dos canciones más tardes sonó “Bujería”. Ahora tenía que actuar, era una muy buena oportunidad. Rápidamente me dirigí hacia la rubia que había señalado anteriormente y comencé a hablar con ella.
Era una chica simpática y me siguió la conversación con buen sentido del humor. Aunque de reojo puede comprobar como la chica que me atraía de verdad me estaba observando.

Entonces, aproveché una pausa en mi conversación con la rubia para girarme y cruzar mi mirada con ella. Ambos sonreímos, y yo le hice un gesto de agradecimiento con la cabeza.

Parecía que no lo había estropeado del todo.

Cuando la conversación con la chica rubia comenzó a languidecer, me despedí amablemente y me volví con mi grupo de amigos, y allí tomé otro par de copas.

Al rato, comprobé como ella se había quedado sola de nuevo y bailaba al son de alguna música que yo desconocía, pero que sonaba a salsa. Hacía allí me dirigí.

¿Te has planteado el irte a China a vivir?

¿Cómo dices?


Sí, a dar clases de baile, porque lo haces muy bien.

¿Y qué se me ha perdido a mí en China?
Verás, es que el otro día leí una noticia que decía que una empresaria china ha pagado 12 millones de euros a la campeona del mundo de baile para que le de clases durante unos años.

¿En serio?

Totalmente. Pero no te creas que es un caso aislado, no. Resulta que es una práctica muy habitual por allí.

Vaya, es para planteárselo.

Tú por lo menos sí. Yo no tengo remedio. Si voy a China a dar clases de baile, me mandarían a galeras a remar, por “pato mareao”.

(Sonrisa)

¿Tú pagaste 12 millones de euros para que te enseñaran a bailar así?

(Sonrisa) No, yo soy una autodidacta (Sonrisa).
Había funcionado. Mi historia trabajada había dado sus frutos. A ella le había gustado, y le había parecido interesante.

Me había costado un par de semanas de práctica para dominar con exactitud los tonos y las maneras, pero ahora había funcionado perfectamente.

¡Vaya! Me vas a tener que perdonar.

¿Y eso?
Llevo un rato hablando contigo, y ni siquiera te he preguntado por tu nombre.

Eso tiene un precio.
¿Cuál? Lo pagaré sin dudarlo.

Que me digas el tuyo.

Me llamo Andrés.

Yo soy Jessica.

Un nombre muy bonito.

Gracias.

Era un cumplido para tus padres, no para ti. Tú no estabas allí cuando decidieron tu nombre.

(Sonrisa)
De su novio nunca más se supo. Así que deduje que lo había utilizado como un mecanismo de defensa, por mi excesiva presión. Sin embargo, no había afectado al resto de nuestras conversaciones.

Pero tenía que aprender a controlar mis instintos. 

A avanzar paso a paso.

Continuamos hablando durante un rato, y poco a poco sentía que ella se estaba sintiendo más cómoda con mi compañía.
Cada vez me tocaba el brazo al hablar con más asiduidad, y nuestro contacto visual se hacía más intenso.

Al rato, comprendí que era el momento de pasar a la fase tres, es decir, era el momento de pasar al ataque directo.

Pero para ello necesitaba un lugar más adecuado, un lugar en el que ella no tuviera la protección de sus amigas.

¿Sabes qué?

Dime.
Han abierto una discoteca muy bonita al final de la calle. Se llama “Azahara” y es realmente genial. Además, como ahora no es muy conocida todavía, es más tranquila.



No la conocía.

Pues está muy bien. La verdad es que a mí estos lugares tan repletos de gente me agobian un poco si paso demasiado tiempo en ellos.
Sí, a mi me pasa algo parecido.

¿Qué te parece si…? No sé si debería preguntártelo.

Tú pregunta. El no ya lo tienes.

¿Qué te parece si nos acercamos a “Azahara” tú y yo? Así la conoces.

¿Y mis amigas?

Parece que se lo están pasando muy bien.- En ese momento sus amigas estaban flirteando con un grupo de chicos. ¡Vaya!, ni me había enterado.
Valora tus opciones. Opción uno, te unes a tus amigas, y dejas que un grupo de babosos te cuenten sus tonterías, opción dos, te vienes conmigo a “Azahara” y dejas que un baboso te cuente sus tonterías.

¿Cuál sería la diferencia?

La diferencia es que en la opción dos, las tonterías 

te las contarían solo a ti, y en la opción uno, se las 

contarían a todas tus amigas.

Así que con la opción dos me sentiría un poco más especial.

Esa es la idea.

(Sonrisa) Opción dos.

Sabia elección.
Había conocido la discoteca “Azahara” el sábado anterior. Por una serie de circunstancias, ninguno de mis amigos pudo salir esa noche, así que me tocó salir solo.

Estuve en varios lugares, por varias razones. Por un lado para cambiar de ambiente y así conseguir ver nuevas caras de vez en cuando, y por otro lado, para conocer nuevos lugares a los que poder ir con las chicas con las que estuviera.

Y parece que mi estrategia estaba dando resultado.

Ella se despidió de sus amigas y yo me despedí de los míos. Nos encontramos en la puerta y nos dirigimos hacia “Azahara”.
Como había previsto, había muchísimo menos gente allí. El ambiente estaba menos cargado y el ruido era mucho más bajo.

Allí la invité a una copa (ahora ya tenía con ella la suficiente confianza como para hacerlo), y continuamos nuestra conversación y nuestro flirteo por largo tiempo.

Finalmente, encontré el momento adecuado e intenté besarla, a lo que ella no opuso ninguna resistencia.

Aquella noche, comenzó la que ha sido la relación más excitante y estimulante de mi vida.

En la discoteca “Azahara” pude estar con una chica de las que nunca habría estado a mi alcance, si no hubiera conocido los secretos.


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