Caso Práctico De Éxito: El Avión


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Por suerte o por desgracia, mi trabajo me obliga a viajar constantemente. En ocasiones ni siquiera sé donde estoy. 

Me acuesto en una ciudad y cuando me quiero dar cuenta me encuentro en otra totalmente diferente. Es como vivir en un mundo de fantasía.

Y, claro está, eso me obliga a viajar un día sí y otro también en avión. Si hiciera un cálculo, seguramente concluiría que me paso más tiempo entre aviones y aeropuertos que en mi propia casa.
Es triste, pero ¡qué le voy a hacer! Lo hago por mi trabajo y me gusta lo que hago, así que no tengo escapatoria.


En general, los vuelos suelen ser anodinos e insustanciales. Te pasas dos o tres horas sentado junto a una abuela que te cuenta cualquier aburrida historia sobre sus nietos, o junto a un adolescente que desconoce el significado verdadero de la palabra auricular.

Sin embargo, aquel vuelo fue diferente. Lo supe en cuanto llegué a mi asiento y comprobé como en el asiento de al lado se encontraba una mujer realmente preciosa.

Era morena, de tez y de pelo. Sus ojos eran color verde marihuana, y sus rasgos eran perfectamente imperfectos. Cuando me senté junto a ella nos sonreímos por educación y quedé realmente prendado de aquella sonrisa.

Cuando el avión comenzó su marcha para iniciar el despegue, noté como ella se movía inquieta en su asiento. Sin duda, tenía miedo a volar.

Entonces, mi oportunidad vino a mí. Era el momento de utilizar una frase de inicio del estilo de un consejo. Era el paradigma de contexto para dicho tipo de frase de inicio.

¿Sabes una buena forma de evitar el miedo a volar?

No, desgraciadamente no.
Es muy sencillo, simplemente tienes que evadirte de la situación.



Claro, es muy fácil decirlo, pero como quieres que lo haga.

Vamos a ver. Pensemos en algo bueno que te haya pasado en la última semana. Dime.

Nada especial. Bueno, sí… Me han ascendido en el trabajo.

Bien, eso está bien. ¿Y qué sentiste?

Una gran alegría, claro.
¿Y qué por fin recompensaban tus esfuerzos?
También.

Y supongo que también lo celebrarías.

Pues sí, salí a cenar con unos amigos.

¿Y luego quedarías con tu pareja?
No, porque no tengo. ¿Qué le voy a hacer si nadie me quiere? (Sonrisa)

(Sonrisa)

Perfecto, había conseguido la información esencial. No tenía pareja, así que no tenía un competidor claro.

Su voz era sensual como pocas. Tenía un timbre exquisito y su entonación era realmente cautivadora.

Tras una insignificante pausa en la que compartimos nuestra sonrisa, reanudé nuestra conversación.

Seguro que hay alguien que te quiere. Veamos, ¿a qué hay alguien esperándote en el aeropuerto?
Pues sí, mi amiga Laura.

Ves, alguien que se preocupa por ti, seguro que no eres tan mala (sonrisa)
(Sonrisa) ¿Pero eso es bueno o malo?

¿El qué?

El que no sea mala, (Sonrisa).

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¡Estaba flirteando conmigo! ¡Aquello era genial! Me había bastado con utilizar una frase de inicio adecuada, acompañada con una ligera conversación para lograr su flirteo.
Ahora tenía que trabajar seriamente.
Ser mala siempre es bueno.

¿Bueno para quién?

Para tu pareja.

Pero yo no tengo pareja.

El vuelo no ha acabado.
(Sonrisa)

Mientras seguíamos conversando el avión despegó y ella ni siquiera se dio cuenta de ello.
Al hablar movía su manos de una forma muy sensual, como intentando alcanzar algo inalcanzable.

¿Ves? Ya hemos despegado y ni siguiera te has dado cuenta.

¡Vaya! Es verdad. Deberías de ser psicólogo.
¿Y qué te hace pensar que no lo soy?

Eres demasiado simpático como para serlo. 

(Sonrisa) Los psicólogos son siempre superaburridos, siempre intentando analizar lo que dices.

(Sonrisa) Bien, pues efectivamente lo soy.

¡Vaya! Parece que he metido la pata. 

Evidentemente, lo que he dicho sobre los psicólogos se refería a todos menos a ti. (Sonrisa).

Claro, claro, (sonrisa). Pero efectivamente he analizado tu comportamiento.
¿Y qué conclusión has sacado?

Que me gustaría conocerte más.

Durante el resto del vuelo nuestra conversación se mantuvo por los mismos derroteros, con flirteos varios y buen humor en general.

Cuando aterrizamos supe que era el momento para avanzar hacia una segunda fase. Hacia una fase de confort y de comodidad, porque estaba claro que la atracción ya se había establecido.
Cuando te encuentres a tu amiga Laura me la tendrás que presentar, porque le quiero preguntar algo.

¿Y qué le quieres preguntar?
Le quiero preguntar si ha preparado algún plan para ti esta noche, porque si no es así me gustaría cenar contigo.

Laura nunca prepara ningún plan.
Quedamos a cenar sobre las 10 en un restaurante del centro de la ciudad, de decoración y cocina exquisitas.

Durante la misma seguimos hablando sin parar, compartiendo nuestros intereses y nuestras bromas.

El lugar había sido un acierto. Los dos nos encontrábamos cómodos y estaba claro que estábamos completando la segunda fase.
Esa noche compartimos cama y placer.
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