Nunca me ha gustado mantener relaciones amorosas en el trabajo, pues siempre he preferido separar estas dos facetas de mi vida. Sin embargo, no pude evitar sentirme atraído por Laura.
Era nueva en la empresa y trabajaba en otro departamento, lo cual suponía un inconveniente y, al mismo tiempo, una ventaja: podría tener una relación con ella sin que estuviéramos obligados a vernos continuamente.
A Laura no le costó hacer amigas y amigos. Era una
mujer que, sin ser espectacularmente guapa, poseía un increíble don de gentes y
una simpatía que la convertían en una mujer muy atractiva.
Solíamos coincidir en un restaurante cercano a la
empresa, donde los empleados aprovechábamos el escaso tiempo libre para comer.
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Desde mi distante mesa, la observaba con detalle y
disimulo. Era extrovertida, alegre, divertida y sencilla. Las habituales caras
avinagradas de sus compañeros cambiaban radicalmente cuando estaban con ella.
Siempre tenía una ocurrencia o un comentario que solía arrancar las carcajadas
de los que compartían su compañía.
No pude evitar que mi interés por ella creciera. Era,
sin duda, una mujer especial, y tenía una personalidad arrolladora y atrayente.
Decidí acercarme a su grupo. Mantenía cierta amistad
con uno de sus compañeros y aproveché la ocasión. Me dirigí hacia su mesa y
saludé a mi conocido, interesándome por un problema que no hace mucho había
compartido conmigo. Acto seguido, propuse al grupo que se unieran a comer con
nosotros, con el pretexto de estrechar lazos entre compañeros. Al principio, se
mostraron reticentes, pero en seguida accedieron a mi petición.
Tras reunirnos todos en una larga mesa improvisada
por obra y gracia del paciente camarero que, día a día, soportaba nuestras
bromas y nuestros caprichos, hice de anfitrión y comencé a presentar a mis
“invitados”. Algunos de ellos se conocían, aunque no lo suficiente. Creé una
atmósfera agradable y pronto todos empezamos a charlar.
La personalidad de Laura me lo ponía fácil.
Inevitablemente, atraía la atención del grupo con sus
comentarios y ocurrencias, de modo que no era nada descarado dedicarme a ella,
sin perder la diplomacia y sin ignorar a los demás.
¡No más estar solo! Descubre el amor verdadero con nosotros.
Al finalizar la comida, me propuse
conseguir su confianza; No podía recurrir a diario a mi estrategia de unir
departamentos.
Durante el camino de vuelta a la empresa, aproveché
para entablar una conversación a solas con ella.
- Ha
sido una comida muy divertida. Me lo he pasado muy bien, Laura.
- Sí,
yo también- contestó con una sonrisa.
- ¿No
es curioso que, trabajando en el mismo sitio, apenas nos conozcamos los unos a
los otros?
- Bueno,
yo tengo excusa, acabo de llegar.
- Y
eres bienvenida. Eres una excelente conversadora y, sin duda, esta comida no
hubiera sido tan amena si tú no estuvieras aquí.
- Bueno,
tampoco es para tanto.
- Lo
digo en serio. No veía a mis compañeros tan contentos y de tan buen rollo desde
hace mucho tiempo.
- Me
alegro de verdad. Me caen bien. Parecen gente maja.
- Lo
son pero, ya sabes, el trabajo no siempre es agradable, y un soplo de aire
fresco hace que todo sea menos importante y más soportable. La nueva máquina de
aperitivos y tú, no estoy seguro de en qué orden, habéis devuelto la vida a
esta empresa.
Últimamente tenía la sensación de que todos nos
estábamos convirtiendo en zombis.
- Vaya,
pues gracias- contestó riendo.
Una nota de humor era imprescindible. Mis elogios
eran suficientes. Demasiadas alabanzas pueden confundir a un seductor con un
suplicante y más cuando quien recibe dichas loas es una persona sencilla… Y
ella lo era.
Me despedí de ella afectuosamente, con dos besos y un
breve roce en su brazo.
Una semana después de aquel primer encuentro, me
decidí a visitar su departamento con la excusa de prestarle unos CD’s a, mi
conocido en aquella sección. Pude ver a Laura al final de la sala, peleándose
con el ordenador. Era mi oportunidad para acercarme a ella.
- Presiento
que tienes un problema, ¿puedo ayudarte?
- No
sé qué pasa, pero el ordenador se me bloquea y el programa de contabilidad no
responde.
- No
te preocupes, esto tiene fácil solución.
No me llevó más de cinco minutos resolver el problema
informático.
Me recliné sobre el ordenador y ella quiso levantarse
de su silla, pero le propuse que se quedara e iniciara todas las acciones que
le iba indicando, de ese modo, podría solventar cualquier problema similar
cuando se presentase. Mi mano izquierda reposaba en su silla y mi mano derecha
descansaba en el escritorio.
Es increíble lo que la cercanía puede conseguir y mi
pretexto para tal aproximación física era el de servir como un paciente y
cortés instructor, de modo que ella no se sintió violenta. Una vez resuelto el
problema, su rostro se iluminó de nuevo y me miró fijamente
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- Gracias
por tu ayuda- dijo resoplando de alivio- La verdad es que no sabía qué hacer,
me has ayudado mucho.
- Se
supone que para eso están los compañeros ¿no? El hecho de que trabajemos en
distintos departamentos no quiere decir que no podamos ser amigos o que no
podamos echarnos una mano.
- Claro
que no.
- ¿Sabes?
Estoy pensando en organizar una cena antes de las vacaciones. Creo que sería
buena idea reunirnos lejos del ambiente de trabajo. Cada uno podrá ir con su
pareja o un amigo, ¿qué te parece?
La excusa para la cena era la proximidad de las
vacaciones, pero seguramente me hubiera inventado cualquier otro pretexto: una
fiesta sorpresa, un homenaje o lo que fuera. Mi intención era quedar con ella
fuera del ámbito laboral y no se sentiría incómoda si la invitación era algo
“general”.
- Me
parece bien. Yo me apunto.
- Tu
novio se divertirá, te lo aseguro.
- Bueno,
no tengo novio, pero acudiré con una amiga. ¡Excelente! Ahora sabía que mis
posibilidades habían aumentado.
Pude percibir en ella un ligero indicio de ilusión
y, al mismo tiempo, de vergüenza. A pesar de su resuelta personalidad, era
evidente que se avergonzaba de no tener pareja. Decidí hacerla sentir más
cómoda.
- Yo
también llevaré a un amigo, quién sabe, a lo mejor congenian.
Le había informado tácitamente de que yo tampoco
tenía pareja y, en realidad, lo que yo deseaba era que congeniáramos ella y yo,
pero nada mejor que la transferencia para lanzar una sugerencia sutil.
- Sí,
tal vez
- Y
¿sabes una cosa? Creo que podrías ayudarme a encontrar un buen sitio. La última
vez acabamos sentados en el suelo comiendo sushi, y muchos se escaparon a una
hamburguesería cercana. Una mujer es más detallista, seguro que encuentras un
sitio oportuno.
- No
sé…
- ¡Claro
que sí! Seguro que, entre los dos, el sitio que elijamos será del gusto de
todos. Cada uno puede aportar su punto de vista.
- Me
parece bien
- Si
todo sale mal, no te preocupes. En unas horas conseguiremos billetes de ida
para Tegucigalpa. No nos encontrarán.
Mi frase no tardó en provocarle una risa contagiosa
que pronto compartimos los dos. Ya le había demostrado que era un hombre
afable, divertido y dispuesto a socorrerla. ¿Y qué dama no puede sucumbir a
eso? Ahora era el momento de afianzar ese contacto que habíamos iniciado.
- Conozco
un restaurante que no está nada mal. Pero ya sabes que cada cual tiene sus
gustos. Creo que ese podría ser el lugar indicado para celebrar la cena y me
gustaría contar con tu opinión.
- Sí,
claro.
- ¿Qué
te parece si vamos a cenar un día de estos?
- Me
parece bien
- ¿Qué
tal el jueves por la noche
Mi invitación había conseguido que Laura se agitara.
Supuse que se sentía halagada con mi propuesta e intuí que yo le resultaba
atractivo y que aquello era algo tentador para ella.
- Bien,
entonces ¿qué te parece el jueves? Los viernes suele salir todo el mundo y
podremos disfrutar de una cena tranquila, sin bullicio.
Era martes, así que le estaba dando suficiente
tiempo como para que lo considerase una posibilidad viable.
¡Deja de buscar! Tu pareja perfecta te espera aquí.
- Bueno,
en principio, salvo que surja algo raro, me va bien.
- ¿Qué
te parece si el miércoles te llamo a tu extensión, y así concretamos?
- De
acuerdo.
Tras despedirme, me di la vuelta para dedicarla una
de mis frases humorísticas.
- Ah,
por cierto. Espero que te guste la comida togolesa
- ¿Togolesa?
- Sí,
comida africana. Tiene platos muy exóticos y desconocidos, y como eres una
chica valiente seguro que te atreves a probar la cocina, que es estupenda.
Su gesto se descompuso por un momento y antes de que
pudiera reaccionar alivié su malestar.
- Era
una broma.
- Muy
gracioso.
- Lo
he hecho por caballerosidad. Así podrás vengarte de mí.
- Ya
veremos si me vengo.
- No
me importa que te vengues mientras vengas conmigo
Aquel juego de palabras salió de mis labios sin yo
pretenderlo, pero arrancó de nuevo una carcajada en Laura.
Aquella semana la invité a cenar en un restaurante
italiano que destacaba por su originalidad, ya que algunos cantantes deleitaban
a los comensales con breves fragmentos de óperas conocidas.
Aquel cocktail de canto y excelente cocina fue el
prólogo de una larga noche juntos. Tras la cena acudimos a un local de chillouten
donde nos dedicamos a charlar largo y tendido con el suave sonido de la música de
fondo. Tras varias horas de charla compartiendo risas, acabamos fundiéndonos en
un apasionado beso.
Aquel fue el inicio de una de las mejores relaciones
de mi vida.
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