Por suerte o por desgracia, mi
trabajo me obliga a viajar constantemente. En ocasiones ni siquiera sé donde
estoy.
Me acuesto en una ciudad y cuando me quiero dar cuenta me encuentro en
otra totalmente diferente. Es como vivir en un mundo de fantasía.
Y, claro está, eso me obliga a
viajar un día sí y otro también en avión. Si hiciera un cálculo, seguramente
concluiría que me paso más tiempo entre aviones y aeropuertos que en mi propia
casa.
Es triste, pero ¡qué le voy a hacer! Lo hago por mi trabajo
y me gusta lo que hago, así que no tengo escapatoria.